Hace muchos años, cuando algún cantamañanas intentaba hacerse socialmente grato con zalemas y sonrisas, un familiar muy cercano y muy querido solía comentar aparte, en tono ecuánime, dirigiendo a veces una sonrisa cortés al interesado: «Es simpático, el imbécil». Me ha recordado eso la última campaña de consejos automovilísticos en autopistas y autovías españolas. Había allí mensajes razonables, por supuesto. Informativos y útiles. Pero uno de ellos me hizo recordar la frase familiar. El mensaje era «Gracias por no correr». Cada vez que lo veía en un paso elevado o una curva, me acordaba de aquello. Son simpáticos, me decía. Los imbéciles.
Es como para echar la pota, creo, lo mucho que a la autoridad competente, sea la que sea, le gustan esas cosas: gracias por no correr, por no robar, por no matar a nadie. Gracias por ser buen chico, como nosotros. Por ser una criatura chachi y solidaria, a tono con los tiempos. Por eso funcionan tales simplezas, supongo, y nos adaptan a ellas la política y la vida. Incluso hay quien vive de eso: de que parezca que las cosas realmente son así y es posible vivir en una permanente gilipollez; creyendo que dar las gracias por no correr, por ejemplo, basta para que todos seamos mejores y nos queramos más. Para justificar un sueldo, o veinte millones de votos. Gracias por no correr, gracias por no conducir mamado, gracias por no reventar al prójimo, gracias por no asesinar a nadie hoy. Por jugar con nosotros al buen rollito, colega. Por no pasar de ciento veinte kilómetros por hora. Tan agradecidos estamos, oyes, que en el próximo control de la Guardia Civil, los Picoletos sin Fronteras te van a dar un beso en la boca. Smuac. Por bueno, chaval. Por obediente. Y luego se van a poner a cantar y a bailar contigo en mitad de la carretera, igual que en Siete novias para siete hermanos, mientras los demás conductores pasan alegres como en los finales de comedia sentimental americana, sonríen solidarios y tocan el pito, felices, chorreando mermelada.
Pues no, oigan. Discrepo. En lo que a mí se refiere, cuando voy por la carretera con un ojo en el velocímetro y otro en los innumerables hijos de puta que pasan a ciento ochenta, no quiero que los paneles me den las gracias por no correr ni por ninguna otra maldita cosa. Nadie va más despacio por eso. Lo que necesito, si se me calienta el acelerador, es que alguien con autoridad, en los paneles o en donde sea, me advierta de que si meto la gamba me va a crucificar en cinemascope. Sin piedad. No quiero sonrisitas, guiños y achuchones afectuosos, sino que me pongan las cosas claras. «Si corres, te vas a romper los cuernos», por ejemplo, da poco lugar a equívocos. «No te pases un gramo, que te lo pesan», es otra posibilidad. Sin excluir «Como vayas rápido, te metemos el carnet por el ojete», «Recuerda que tu futura viuda todavía está potable» o «Como te pillemos borracho vas a jiñar las plumas, cabrón». Cosas así, vamos. Directas. Elocuentes.
Y es que, oigan. Nada más cursi y empalagoso que el Estado cuando se pone en plan simpático, o lo pretende. Porque el Estado no puede ser simpático nunca. Lo suyo es recaudar, reprimir, organizar. Dar por saco. El Estado es el mal necesario, a menudo en manos de golfos innecesarios. Intrínsecamente antipático hasta las cachas. Así que no veo por qué sus ministerios, direcciones generales o quien sea, deben componer sonrisitas cómplices a mi costa. En lo que al arriba firmante se refiere, el Estado puede meterse el paternalismo amistoso en la bisectriz. Cada uno en lo suyo, qué diablos. Respetar las limitaciones de velocidad no es algo que un panel de Tráfico deba agradecerme. Es mi seguridad y la de otros. Si cumplo, soy un fulano prudente y razonable. Si no, soy un irresponsable, un cretino y un desalmado, acreedor a un funeral prematuro o a que me sacudan en la cresta con todo el peso de la ley. Punto.
En un mundo ideal, tipo bosquecito de Bambi, todo eso estaría de perlas. Valses de la Cenicienta, ya saben. Eres tú el príncipe azul. Pero éste es el mundo real. La peña sólo respeta al prójimo cuando no cuesta esfuerzo ni dinero; en lo otro va a lo suyo. No hay más eficaz apelación a la conciencia de un ciudadano que prevenirlo por el artículo catorce: si delinques, te molemos a hostias. Lo demás es demagogia, buenismo idiota y milongas. Y además es mentira. Las gracias por no correr pueden y deben dárselas los conductores unos a otros en la carretera. Ellos sí, naturalmente. Pero una Dirección General de Tráfico, o quien sea, no tiene por qué. Que se ocupe de sus asuntos y nos evite frasecitas chorras que insultan la inteligencia de quien las lee. Lo que tienen que hacer los Estados y los gobiernos, y aquel a quien corresponda, no es derrochar cariñitos, sino eficacia: guardias civiles que inspiren respeto y radares que trituren carnets. Machacar al infractor, como es su obligación, y ahorrarnos simpatías imbéciles.
Lógicamente estas palabras no son mías, sino del maestro Pérez-Reverte, (que para eso están en un color distinto al mío). Os dejo el link del artículo y una pregunta ¿a vosotros os parece simpática la actitud del "imbécil"?
No sé que votar, soy muy fan de Reverte y sus artículos, pero no tengo claro que tenga razón. Si usan métodos amenazantes son unos tiranos ... y si lo hacen con simpatía, imbéciles... La verdad es que no veo que deje espacio para agradar a nadie...
Hoy pondremos unos anzuelos, a ver si pica la felicidad...
La verdad es que no se si ha pasado o no, lo que se es que si no es así la mayoría de los españoles no hacemos caso.
Para muestra un botón: las campañas anti-accidentes de la dgt no funcionaban apenas hasta que pusieron las imágenes duras e impactantes de accidentes reales, o las confesiones de inválidos que lo son tras tener esos accidentes. Mientras no lo veíamos así de duro, nos la soplaba bastante.
Yo creo que efectivamente se cazan mas moscas con miel, pero parece que en la sociedad española el vinagre nos hace atender mas a razones.
Que nos traten de tontitos por no decir gilipollas, que queda muy feo en el foro, y viene la Jess y me regaña fijo o crios es de lo que más jode... como si no supieramos que su afán es recaudar a tope...
Yo no se si está bien o mal, no estoy seguro si el ver imágenes impactantes supuso un decremento en la accidentabilidad, si miramos el mensaje de un compatriota que nos comenta en su presentación lo que ve en la ciudad de Medellín, en Colombia, se nos pone los pelos de punta. Si miramos hacia el pasado, la evolución ha sido tremenda en nuestra conducta al volante, y eso solo puede pasar por mucha campañas de sensibilización y un mucho en mejoras en los medios de detección de infracciones, y para guinda, el carne por puntos. Llegar a éste punto cuesta mucho y se necesitan muchos medios, sin embargo dar un paso atrás cuesta muy poco, solo una sentencia de dos años y unos pocos meses con una conducción totalmente temeraria y la posibilidad más que probable de ir de alcohol hasta el c..o con consecuencia de muerte.
En fin, que nuestra actitud al volante actual ha sido un trabajo delicado de mucho tiempo en muchos frentes, no se cual de ellas ha influido más, lo cierto es que si nos comparamos con el pasado la diferencia es abismal ¡no hay color!